
El año 2020 estuvo signado por una enfermedad que tuvo su origen en la ciudad china de Wuhan, la cual no tardó en hacerse presente en el resto de los países del planeta para provocar una de las crisis sanitarias, económicas y hasta sociales más significativas que la historia recuerde.
Es que la belicosidad con la que se propuso invadir los organismos de los seres humanos obligó a los Gobiernos a cerras escuelas, comercios, oficinas, fronteras y un sinfín de actividades, bajando virtualmente las persianas de sus países. Ergo, las de sus economías.
Si bien cada Nación fue golpeada con el mismo “garrote”, no todas pudieron reponerse de igual manera. Es que para aquellas que se las considera del primer mundo, la medicina respondió de otra manera de las que se encuentran en vías de desarrollo.
Y al hablar justamente de medicina, no sólo se entiende por la que se aplicó en los centros de salud u hospitales para aliviar el dolor de las personas internadas, sino también en las dosis que se fueron administrando en los tejidos económico, social. Allí, los del lote del denominado “tercer mundo”, no solo recibieron la cuota mortífera del COVID-19, sino que también se recrudecieron otros problemas estructurales, de base, con los que ya venían lidiando. Alguno de ellos, hasta de antaño.
En Argentina, por caso y por nombrar quizás uno de los más importantes, la pandemia de la enfermedad y las medidas que trajo aparejadas impactó de lleno en uno de los sectores más vulnerables que tiene toda sociedad: la niñez.
En ese sentido y de acuerdo a un informe elaborado por UNICEF Argentina, el coronavirus generó una emergencia de salud pública de dimensiones inéditas con impactos inmediatos y en el largo plazo, que conllevan riesgos y efectos particulares en las niñas, niños, adolescentes y en sus familias, especialmente en aquellas que se encuentran en situación de mayor vulnerabilidad.
De la misma manera, el documento añade que si bien la niñez no es el grupo de población más afectado en términos de salud, las niñas y niños son las víctimas ocultas de la pandemia dado que conlleva efectos como el aislamiento social, el cierre físico de escuelas y la convivencia en entornos que no siempre son seguros, entre otros. Todas estas situaciones -añade- afectan a su educación, los expone a la violencia e impacta en su salud mental.
Asimismo, las medidas adoptadas para evitar la propagación del virus impactan en la situación económica de los hogares, en particular de aquellas familias con niñas y niños en situación de pobreza, las familias más vulnerables que viven hacinadas, las que no cuentan con agua y jabón para lavarse las manos, las niñas, niños y adolescentes institucionalizados.
De esta manera, entonces, y partiendo de un nivel inicial de pobreza en niñas, niños y adolescentes en el 2019 del 53%, hacia fines del 2020 la pobreza infantil podría situarse en un 58,6%. Por su parte, la pobreza extrema hacia final de 2020 sería del 16,3% habiendo partido del 14,1% en el segundo semestre de 2019.
Por último, el trabajo difundido por el organismo evidenció que en términos de volúmenes de población, implicaría lo siguiente: entre 2019 y 2020 la cantidad de niñas, niños y adolescentes pobres pasaría de 7 a 7,7 millones; mientras que en el caso de la pobreza extrema, significa un aumento de un poco más de 400.000 niñas, niños y adolescentes.